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domingo, 8 de septiembre de 2024

* La vuelta de la concordia

Los Juegos Olímpicos de Barcelona '92 suponen el regreso de Sudáfrica al movimiento olímpico después de haber estado excluida desde 1960 por su política de apartheid, régimen político que consiste en el poder exclusivo que ejerce una minoría de raza blanca y en el que el racismo es la ley, exterminando la dignidad de todo un pueblo por el accidente de haber nacido con otro color de piel.
Para simbolizar este retorno a las competiciones oficiales, el presidente del COI Juan Antonio Samaranch invita al palco de autoridades en la ceremonia inaugural a Nelson Mandela, principal activista contra el régimen segregacionista que tras veintisiete años en prisión había sido puesto en libertad en febrero de 1990. A pesar de que todavía no ostenta ningún cargo político, Mandela se encuentra en la tribuna junto a los reyes y jefes de estado de todo el mundo.
Sudáfrica acude a la cita con una delegación compuesta por 97 miembros que por vez primera en la historia olímpica de su país cuenta con deportistas blancos y negros.
El abanderado es el atleta maratoniano de raza negra Jan Tau.
El día 7 de agosto de 1992 se disputa en el Estadio Olímpico de Montjuic la final de 10.000 metros femeninos en la que toman la salida veinte atletas.
Entre ellas se encuentra la sudafricana de raza blanca Elana Meyer que a sus 25 años nunca ha podido competir internacionalmente, careciendo de experiencia en este tipo de eventos.
A su lado está la etíope de raza negra Derartu Tulu de 20 años que viene de ser subcampeona del mundo de campo a través el año anterior.
En los primeros kilómetros el grupo se va estirando hasta quedar diez corredoras en cabeza. 
Pasada la mitad de la prueba la sudafricana lanza un fuerte ataque distanciándose del resto de competidoras, solamente la etíope haciendo un gran esfuerzo logra alcanzarla y seguir su ritmo.
Durante las últimas ocho vueltas Meyer marcha siempre en primera posición con Tulu pegada a su espalda como una sombra.
A falta de 400 metros Tulu pone una marcha más, adelanta a Meyer y se encamina en solitario hacia la meta para convertirse en la primera mujer africana de raza negra en ganar una medalla de oro olímpica.
En segunda posición llega Meyer, siendo la primera sudafricana en obtener una medalla individual tras el retorno de su país a los Juegos.
Mientras Derartu Tulu celebra el triunfo con sus aficionados y entrenadores, Elana Meyer se acerca a felicitarla con dos besos en las mejillas, para a continuación iniciar una apoteósica vuelta de honor al estadio unidas por sus manos y envueltas en las banderas de sus respectivos países.
El impacto de esta celebración supera lo puramente deportivo, dos atletas africanas una blanca y otra negra festejando juntas, abrazadas, proyectando un mensaje a todo el mundo, personificando sus sueños más allá del color de la piel.
Esta imagen se ha convertido en un icono del olimpismo, una declaración visual de lo que los Juegos Olímpicos están destinados a ser. El respeto, la admiración personal y la amistad por encima de creencias, razas y religiones.
Ambas no son conscientes en ese momento de la repercusión que va a traer consigo esa vuelta de honor.
Cuando Meyer regresa a Sudáfrica se da cuenta que algo ha cambiado en su país, que su medalla es valorada en igual medida por toda la población, tanto blancos como negros. 
Siente que una nueva Sudáfrica está llegando, que el apartheid está siendo destruido y queda impactada cuando en el suburbio de Soweto, construido para marginar a la población negra y que fue el lugar de asiento de la lucha contra la discriminación racial ejercida por el gobierno, la reciben con una pancarta que dice: 
"Elana y Soweto, amigos para siempre".

    "El deporte tiene el poder de cambiar el mundo, tiene la fuerza de unir a las personas,
    el deporte es más poderoso que los gobiernos a la hora de romper barreras raciales"
                                                                                                               (Nelson Mandela)