A la edad de trece años comienza a competir en atletismo en la prueba de lanzamiento de peso.
Es una niña alta y delgada y las autoridades del país ven en ella un gran potencial, por lo que es incorporada al programa de desarrollo de deportistas, lo que para Heidi se convierte en un sueño.
Dos años después, empiezan a suministrarle diariamente unas píldoras azules que le dicen son simples vitaminas. Ella se encuentra encantada por el interés de sus entrenadores y lo acepta como una señal de la mejora en su rendimiento.
En realidad se trata de esteroides anabolizantes y de hormonas masculinas.
El número de pastillas va en aumento. En un año llega a tomar una cantidad de 2.500 mg, una cifra casi tres veces superior a la que llegó a tomar, por ejemplo, el atleta Ben Johnson, desposeído de su medalla de oro en los 100 m. de los JJ.OO. de Seúl '88.
Tras dos años de ingesta masiva, Heidi empieza a tener la voz grave, su cara, nariz y manos se alargan, se reduce el tamaño de sus pechos y su peso corporal aumenta en 24 kg.
Comienza a sufrir trastornos emocionales. Su estado de ánimo se desequilibra, tan pronto está contenta, como deprimida o agresiva. Se siente desconcertada con su cuerpo y su carácter.
Su vida personal se derrumba, pero con tan sólo veinte años su carrera como deportista alcanza su cima al obtener la medalla de oro en el Campeonato de Europa de Sttutgart en 1986 con un lanzamiento de 21,10 m.
Cuatro años más tarde se retira de la competición.
Con su cuerpo totalmente transformado en el de un hombre, con su personalidad y su propia identidad completamente deshechas, Heidi piensa en suicidarse.
En 1997 decide someterse a una operación de cambio de sexo y pasa a ser Andreas Krieger, teniendo que seguir tomando hormonas por razones terapéuticas.
El caso de Heidi Krieger es uno más de los 15.000 casos de niños que fueron sometidos al dopaje de estado en la República Democrática Alemana entre 1968 y 1989.
Sus autoridades estaban decididas a tener éxito en el deporte a cualquier precio.
No importa la vida de las personas. El sistema anteponía la gloria deportiva a la salud de los atletas.
El plan estatal, denominado 14.25, intentaba mejorar el rendimiento de sus deportistas para demostrar durante la guerra fría que su sistema político era el mejor.
Se detectaban talentos y para esos niños era un orgullo ser seleccionados, pero entraban en un mundo militarizado. Con once años realizaban diez horas de entrenamiento diario. Después de cada entrenamiento se les suministraba la pastilla. Siempre se hablaba de vitaminas, sustancias de apoyo.
Los científicos alemanes trabajaron durante una década hasta conseguir el diseño de un esteroide propio, el Oral-Turinabol. Las famosas pastillas azules no eran otra cosa que hormonas sexuales masculinas, que provocaban aumento de la musculatura, de la potencia y de la agresividad.
La Stasi, la policía política, vigilaba a aquellos atletas que sospechaban algo sobre las sustancias que se les suministraban. Recibían amenazas y se apelaba a su sentido de la responsabilidad con la patria.
La República Democrática Alemana, un país con menos de 18 millones de habitantes compitió en cinco Juegos Olímpicos ganando 403 medallas, 151 de oro, superando a Estados Unidos y sólo por detrás de la Unión Soviética.
Con el paso de los años los problemas de los deportistas comienzan a brotar. Cáncer, abortos, esterilidad. Algunos de sus descendientes nacen con malformaciones o cegueras.
Tras la reunificación alemana se desclasifican los documentos y tiene lugar un juicio, pero los culpables nunca llegan a entrar en prisión.
Andreas Krieger dona su medalla de oro a una asociación anti-dopaje y desde el año 2000 esa medalla forma parte de un trofeo que se entrega anualmente como premio a personas comprometidas en la lucha contra el doping.
En 2002 se casa con Ute Krause, una antigua nadadora olímpica que también sufrió los abusos del dopaje de estado.
Pero Heidi, siempre está en su pensamiento.
A veces se pregunta, cómo habría sido la vida de aquella niña alta y delgada sin el Oral-Turinabol.