Ingrid Betancourt nace el 25 de diciembre de 1961 en Bogotá (Colombia) y posee también la nacionalidad francesa en virtud de su matrimonio con el diplomático francés Fabrice Delloye.
Durante la década de los noventa desempeña su carrera política en la Cámara de Representantes de Colombia, donde alcanza un alto reconocimiento por su actividad contra la corrupción, denunciando los vínculos de la clase política y los narcotraficantes del Cartel de Cali, razón por la que en 1996 recibe varias amenazas de muerte.
En 1998 abandona el Partido Liberal y funda el Partido Verde Oxígeno de cara a las elecciones de 1998 en las que llega al Senado obteniendo el mayor número de votos.
En 2001 renuncia a su escaño y presenta su candidatura a la presidencia de la república abogando por una salida pacífica al conflicto armado de su país.
El 23 de febrero de 2002, mientras se dirige a realizar conversaciones de paz con la guerrilla, es secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Durante más de seis años sufre los rigores de su cautiverio en zonas selváticas hasta que es liberada el 2 de julio de 2008 por miembros de las Fuerzas Armadas junto a tres ciudadanos estadounidenses, siete militares y cuatro miembros de la Policía Nacional de Colombia.
Ingrid Betancourt recibe diferentes distinciones internacionales, entre ellas, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 2008.
En el teatro Campoamor de Oviedo coincide con Rafael Nadal, Premio Príncipe de Asturias de los Deportes.
Nadal escucha atentamente, con cara de asombro y un nudo en la garganta el discurso de Ingrid:
"...Hace algunas semanas estábamos mis compañeros y yo en el mundo húmedo y asfixiante de la selva, donde nada era nuestro, ni siquiera nuestros propios sueños.
Fueron muchas las noches oscuras en que traté de evadirme imaginando un mundo mejor, un mundo donde personas alrededor mío buscaran aportarle felicidad a los demás y donde hicieran, otra vez, bueno vivir.
No podía imaginar que Dios oiría mi llamada al punto de traerme aquí, junto a personas que me alegraron tantos momentos del largo cautiverio que me tocó vivir.
A Rafael Nadal, por ejemplo.
Lo seguí durante seis años por las canchas de Roland Garros. Lo vi crecer a través de las transmisiones en directo que Radio Francia Internacional hacía cada verano. Y al tiempo que compartía la alegría de sus cada vez mayores éxitos, vivía la frustración de no poder ver sus victorias.
Estar aquí en el día de hoy, viéndolo cara a cara, es como cerrar un círculo. Es completar de forma maravillosa una cita con la vida..."
Siete años después, en mayo de 2015, se publica el libro "De Rafael a Nadal, el camino hacia la leyenda" de Ángel García Muñiz y Javier Méndez Vega, cuyo epílogo es escrito por Ingrid Betancourt:
«Nosotros, en la selva, teníamos acceso a ciertas noticias a través de la radio. Obviamente, oyendo Radio Francia Internacional, lo que estaba relacionado con Francia estaba siempre resaltado. Me gustaba en particular tratar de seguir todos los años Roland Garros, porque era como una cita con lo que añoraba de mi vida anterior. Me acuerdo que fue así como me interesé por Rafael Nadal, aunque obviamente yo no lo veía y no sabía cómo era físicamente, sino simplemente oía lo que se decía de él en la radio y trataba de imaginarlo.
Y lo que decían de él era impresionante. No sólo ganaba, sino que se describía su manera particular de luchar cuando estaba en situación de peligro en un partido. Cuando parecía todo perdido, lograba superar el sentimiento de derrota y, gracias a su carácter, volvía al ruedo y finalmente ganaba el partido. Yo notaba que esto era algo constante en su comportamiento. Era definitivamente un deportista que a mi me intrigaba muchísimo.
Otra cosa que me llamaba la atención cuando le oía responder preguntas era su sencillez y su gentileza. Había algo ahí que me intrigaba. Pensaba que debía ser alguien muy especial. Era como si su energía llegara a la selva. En un mundo donde todo era tristeza, negatividad y frustración, de pronto se sentía la presencia de ese muchacho joven y aguerrido y la felicidad de sus victorias se hacía contagiosa. En aquel momento no pensaba “esta persona es una fuente de inspiración”, pero, de hecho, sí lo era.
Así que cuando me tocó ir a los Premios Príncipe de Asturias y nos conocimos, fue muy emocionante para mi, porque de pronto vi la cara que tantas veces me había imaginado y comprobé que no sólo era un atleta extraordinario, sino también muy buen mozo, sencillo y amable. Lo recuerdo como un joven inteligente e interesado en los demás. Su cara de asombro cuando lo nombré en mi discurso creo que se debe a esa sencillez. Él se debe ver a si mismo como cualquier persona, como una persona común y de pronto no se da cuenta de lo que nosotros vemos en él. Por todo eso lo queremos y lo admiramos.
Hay muchos campeones en el mundo y gente extraordinaria, pero lograr ser además querido y admirado no lo logra todo el mundo [...]
Ahora me es posible ver sus partidos y admirarlo, algo que me da gran alegría. Pero debo confesar que también, en algunos momentos, simplemente cierro los ojos para oír los comentarios de los narradores. Sólo oír para poder ver con la imaginación, porque muchas veces la imagen toma mucho espacio en la manera como uno integra la información.
Es muy difícil definir lo que significa Rafael Nadal para mí y para muchos de quienes lo seguimos. Pero diría algo que tiene una connotación de espiritualidad, aunque no quiero que se tome así. Es simplemente que tiene varios elementos de algo que yo llamaría un ángel. No lo digo en un tono solo admirativo, sino que cuando uno se imagina un ángel, se imagina un ser que tiene una sinfonía de cualidades: el carácter, la belleza física, la belleza del alma, la inteligencia… Y cuando se da toda esa conjunción de cualidades, uno tiende a pensar “es cómo un ángel”. Y yo diría eso de Rafael Nadal: es un ángel»
Otra cosa que me llamaba la atención cuando le oía responder preguntas era su sencillez y su gentileza. Había algo ahí que me intrigaba. Pensaba que debía ser alguien muy especial. Era como si su energía llegara a la selva. En un mundo donde todo era tristeza, negatividad y frustración, de pronto se sentía la presencia de ese muchacho joven y aguerrido y la felicidad de sus victorias se hacía contagiosa. En aquel momento no pensaba “esta persona es una fuente de inspiración”, pero, de hecho, sí lo era.
Así que cuando me tocó ir a los Premios Príncipe de Asturias y nos conocimos, fue muy emocionante para mi, porque de pronto vi la cara que tantas veces me había imaginado y comprobé que no sólo era un atleta extraordinario, sino también muy buen mozo, sencillo y amable. Lo recuerdo como un joven inteligente e interesado en los demás. Su cara de asombro cuando lo nombré en mi discurso creo que se debe a esa sencillez. Él se debe ver a si mismo como cualquier persona, como una persona común y de pronto no se da cuenta de lo que nosotros vemos en él. Por todo eso lo queremos y lo admiramos.
Hay muchos campeones en el mundo y gente extraordinaria, pero lograr ser además querido y admirado no lo logra todo el mundo [...]
Ahora me es posible ver sus partidos y admirarlo, algo que me da gran alegría. Pero debo confesar que también, en algunos momentos, simplemente cierro los ojos para oír los comentarios de los narradores. Sólo oír para poder ver con la imaginación, porque muchas veces la imagen toma mucho espacio en la manera como uno integra la información.
Es muy difícil definir lo que significa Rafael Nadal para mí y para muchos de quienes lo seguimos. Pero diría algo que tiene una connotación de espiritualidad, aunque no quiero que se tome así. Es simplemente que tiene varios elementos de algo que yo llamaría un ángel. No lo digo en un tono solo admirativo, sino que cuando uno se imagina un ángel, se imagina un ser que tiene una sinfonía de cualidades: el carácter, la belleza física, la belleza del alma, la inteligencia… Y cuando se da toda esa conjunción de cualidades, uno tiende a pensar “es cómo un ángel”. Y yo diría eso de Rafael Nadal: es un ángel»