El domingo 5 de junio de 1988 se disputa la 14º etapa del Giro de Italia entre Chiesa Valmalenco y Bormio de 120 km. En su recorrido destaca el Passo di Gavia, que solamente se había subido en una ocasión en 1960.
Su cima se encuentra a 2.618 metros de altitud, con tramos de tierra y una pendiente media en sus últimos 14 km del 8,5 %, antes de afrontar un largo y complicado descenso hasta la línea de meta.
Las previsiones meteorológicas auguran nieve y mal tiempo, por lo que se aconseja buscar un itinerario alternativo.
El director de la prueba, Vincenzo Torriani, está dolido por las acusaciones que se le han hecho en los últimos años de recortar las cimas más duras del Giro para beneficiar a los corredores italianos.
Por eso, decide seguir adelante. Volver a vivir imágenes legendarias y heroicas de la épica del ciclismo de antaño. Recuperar audiencia. Ofrecer espectáculo.
Cuando la carrera llega a las primeras rampas del Gavia la nieve cae sin cesar y los tramos sin asfaltar se han convertido en un barrizal entre paredes blancas.
El director de la prueba, Vincenzo Torriani, está dolido por las acusaciones que se le han hecho en los últimos años de recortar las cimas más duras del Giro para beneficiar a los corredores italianos.
Por eso, decide seguir adelante. Volver a vivir imágenes legendarias y heroicas de la épica del ciclismo de antaño. Recuperar audiencia. Ofrecer espectáculo.
Cuando la carrera llega a las primeras rampas del Gavia la nieve cae sin cesar y los tramos sin asfaltar se han convertido en un barrizal entre paredes blancas.
En estas condiciones extremas, ante el estupor general, el holandés Johan Van der Velde enfundado en la maglia ciclamino como líder de la clasificación por puntos, decide atacar al comienzo de aquel puerto interminable.
Pedalea buscando la gloria bajo una nevada que va haciendo desaparecer la carretera bajo sus pies y las ruedas van dejando su surco al pasar.
El pelotón se fragmenta en mil grupos que circulan a su suerte
Los maillots de los ciclistas se van cubriendo por la capa de nieve, todos ascienden ocultos por la máscara de hielo que se les va formando en la cara y una boina blanca sobre sus cabezas, lo que les confiere un aspecto lúgubre, tétrico. Parecen espectros que pedalean como androides en un paisaje fantasmagórico. Es el paso de una procesión de muertos vivientes.
La mayor parte de ellos viste prendas con manga larga y guantes, pero a los pocos kilómetros de poco sirve la ropa mojada.
Van der Velde prosigue su escalada en manga corta, sin manguitos ni ninguna protección contra el frío.
El pelotón se fragmenta en mil grupos que circulan a su suerte
Los maillots de los ciclistas se van cubriendo por la capa de nieve, todos ascienden ocultos por la máscara de hielo que se les va formando en la cara y una boina blanca sobre sus cabezas, lo que les confiere un aspecto lúgubre, tétrico. Parecen espectros que pedalean como androides en un paisaje fantasmagórico. Es el paso de una procesión de muertos vivientes.
La mayor parte de ellos viste prendas con manga larga y guantes, pero a los pocos kilómetros de poco sirve la ropa mojada.
Van der Velde prosigue su escalada en manga corta, sin manguitos ni ninguna protección contra el frío.
Los últimos metros se convierten en un infierno. La única idea es sobrevivir en un escenario apocalíptico.
Percibe que lo peor está aún por venir, los 24 km de descenso.
En la cima el termómetro de la organización marca cinco grados bajo cero.
Sabe lo que va a significar eso en la bajada, pues está calado hasta los huesos.
Los equipos más previsores han desplazado ayudantes hasta la cima y esperan a los ciclistas con periódicos y ropa seca para protegerles de lo que les aguarda a partir de ahora.
Johan corona en primera posición. A él, nadie le espera.
Comienza a bajar pero sus piernas no responden cristalizadas por el frío, apenas siente las manos, el dolor es cada vez más intenso. Un gélido cuchillo le atraviesa el pecho mientras divisa, acorralado por la niebla, el panorama por el que tiene que transitar.
La bicicleta se bloquea. Los frenos y los cambios se han congelado.
Comienza a patinar y está a punto de caer. Finalmente echa pie a tierra en medio de aquella locura.
Se para en una curva. Intenta reanimarse golpeándose los pies y las manos para entrar en calor.
El resto de los corredores van llegando a la cima.
Hampsten y Breukink a un minuto.
Zimmermann a dos.
Giovanetti y Chioccioli a 2, 20.
Perico Delgado a tres, seguido por un reguero intermitente e interminable de hombres.
Se van deteniendo en la cumbre para arropar sus cuerpos ateridos y deben ser ayudados para colocarse los chubasqueros pues tienen los dedos entumecidos y no tienen fuerza para articularlos.
En la bajada van pasando por el lugar donde está detenido Van der Velde. Le miran con compasión pero poco pueden hacer por él.
El peligro les acecha en cada curva.
Algunos comienzan a hacer tramos a pie mientras quitan el hielo de las llantas para poder utilizar los frenos con algo de potencia.
Los hay que se refugian momentáneamente en los coches para recuperar temperatura, abrigarse y
beber algo caliente.
Otros trotan carretera arriba para entrar en calor invocando ayuda. Los corredores que se cruzan con ellos creen estar viviendo una pesadilla.
Escenas irrepetibles en el ciclismo moderno. Un panorama irracional.
Breuking llega en primer lugar desmayándose en la línea de meta.
El norteamericano Hampsten llega a siete segundos.
Perico Delgado es décimo a 7'08".
Van der Velde a casi 47'.
Rostros amoratados, cuerpos rotos con la mirada perdida.
Ciclistas llorando, temblando, inconscientes.
Una excentricidad que desafió los límites de la resistencia humana.
Ganó Torriani. Ofreció espectáculo.
Percibe que lo peor está aún por venir, los 24 km de descenso.
En la cima el termómetro de la organización marca cinco grados bajo cero.
Sabe lo que va a significar eso en la bajada, pues está calado hasta los huesos.
Los equipos más previsores han desplazado ayudantes hasta la cima y esperan a los ciclistas con periódicos y ropa seca para protegerles de lo que les aguarda a partir de ahora.
Johan corona en primera posición. A él, nadie le espera.
Comienza a bajar pero sus piernas no responden cristalizadas por el frío, apenas siente las manos, el dolor es cada vez más intenso. Un gélido cuchillo le atraviesa el pecho mientras divisa, acorralado por la niebla, el panorama por el que tiene que transitar.
La bicicleta se bloquea. Los frenos y los cambios se han congelado.
Comienza a patinar y está a punto de caer. Finalmente echa pie a tierra en medio de aquella locura.
Se para en una curva. Intenta reanimarse golpeándose los pies y las manos para entrar en calor.
El resto de los corredores van llegando a la cima.
Hampsten y Breukink a un minuto.
Zimmermann a dos.
Giovanetti y Chioccioli a 2, 20.
Perico Delgado a tres, seguido por un reguero intermitente e interminable de hombres.
Se van deteniendo en la cumbre para arropar sus cuerpos ateridos y deben ser ayudados para colocarse los chubasqueros pues tienen los dedos entumecidos y no tienen fuerza para articularlos.
En la bajada van pasando por el lugar donde está detenido Van der Velde. Le miran con compasión pero poco pueden hacer por él.
El peligro les acecha en cada curva.
Algunos comienzan a hacer tramos a pie mientras quitan el hielo de las llantas para poder utilizar los frenos con algo de potencia.
Los hay que se refugian momentáneamente en los coches para recuperar temperatura, abrigarse y
beber algo caliente.
Otros trotan carretera arriba para entrar en calor invocando ayuda. Los corredores que se cruzan con ellos creen estar viviendo una pesadilla.
Escenas irrepetibles en el ciclismo moderno. Un panorama irracional.
Breuking llega en primer lugar desmayándose en la línea de meta.
El norteamericano Hampsten llega a siete segundos.
Perico Delgado es décimo a 7'08".
Van der Velde a casi 47'.
Rostros amoratados, cuerpos rotos con la mirada perdida.
Ciclistas llorando, temblando, inconscientes.
Una excentricidad que desafió los límites de la resistencia humana.
Ganó Torriani. Ofreció espectáculo.