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domingo, 18 de abril de 2021

* Powell, hasta el infinito y más allá

Están a punto de cumplirse 30 años de una de las mayores proezas realizadas por el hombre en el mundo del deporte.
En 1991 se celebran en Tokio (Japón) los III Campeontos del Mundo de Atletismo en los que se va a superar un registro que se creía insalvable, el legendario record del mundo de salto de longitud de Bob Beamon, obtenido en la altitud de Ciudad de México el 18 de octubre de 1968 en los JJ.OO. organizados por la ciudad azteca, con una marca de 8,90 m.
Veintitrés años después de aquella gesta se va a disputar en la capital nipona el mejor concurso de salto de longitud de todos los tiempos.   
El 30 de agosto de 1991 tiene lugar la final en la que se enfrentan Carl Lewis y Mike Powell.
Lewis es el máximo favorito y está en la cúspide de su carrera. Lleva diez años y medio imbatido y cinco días antes ha ganado la final de 100 metros con record del mundo.
Powell cada vez está más cerca del "King Carl". Con una mejor marca personal de 8.66, quedó a un solo centímetro de vencerle en las pruebas de selección norteamericanas.
Sobre el cielo de Tokio se van agrupando negras nubes que amenazan tormenta, como en México, que diluvió antes y después de la prueba.
En medio de esta atmósfera de incertidumbre comienza la final.
En su primer salto, Powell hace 7,85 m.
Lewis parece dejarlo todo sentenciado: 8,68, su mejor marca personal del año.
En la segunda ronda, Powell alcanza 8,54. Lewis hace nulo.
Powell llega a los 8,29 en su tercer intento. 
Lewis deslumbra dejando a todos atónitos, 8,83. 
Las nubes van en aumento cuando se inicia la cuarta ronda.
Powell realiza un salto brutal y aterriza muy cerca de la señal de los 8,90.
Un clamor de decepción recorre el estadio cuando el juez lo declara nulo. 
Powell protesta y se aleja enfadado del foso. Ha pisado la plastilina por apenas un centímetro. 
Turno para Carl Lewis, que se proyecta lejos, muy lejos, dejando una huella próxima a los 9 metros.
El salto es válido.
La espera se hace eterna mientras se produce su medición. 
En el marcador aparece 8,91.
Parecía que estaba predestinado que "El hijo del viento" sería quien se encargase de superar el record mítico de Beamon.
A continuación se anuncia que la marca no puede homologarse por viento favorable.
Ya es de noche. Los cielos amenazan con la cercanía de un chaparrón.
Powell coge carrera, se dispara sobre el pasillo, bate a tres centímetros de la línea, se eleva, vuela, planea, por fin toma tierra. Se sospecha un salto extraordinario. 
El luminoso se enciende: 8,95. Algo inconcebible, inverosímil. El viento ahora está dentro de lo permitido.
Explota de emoción y absorbido por la turbación corre enloquecido por el estadio. 
Acaba de batir un record del mundo mitológico.
Lewis observa todo impasible. Ni un solo gesto. 
Concentrado al límite se adivina tensión en su interior.
Ataca la tabla pleno de rabia y realiza otro salto descomunal, 8,87 sin viento, la mejor marca de toda su vida.
Pero no es suficiente. Queda un último intento.
Powell, sobrepasado por lo sucedido, hace nulo.
La expectación ante el último salto de Lewis es enorme.
Powell no quiere verlo, se arrodilla agachado, contraído sobre sí mismo, con su rostro pegado al suelo, reza.
Lewis vuelve a hacer otro salto excepcional, 8,84.
Powell estalla en un delirio, en un éxtasis. Ha derrotado a su gran rival, se ha proclamado campeón del mundo y ha conseguido un registro antológico.
Enajenado por el trance da la vuelta a la pista totalmente arrebatado.
Lewis le busca para felicitarle.
Es el hombre más infeliz del mundo. Ha hecho la mejor serie de saltos de toda la historia, incluso el peor de los suyos ha sido superior a todos los de Powel, salvo uno.
Las nubes que amenazaban comienzan a descargar. Se desencadena la tormenta. Llueve de forma torrencial.
Igual que en México, cuando el salto de Beamon. 

Mike Powell:: 7.85 - 8.54 - 8.29 - Nulo - 8.95 - Nulo.
Carl Lewis:     8.68 - Nulo - 8.83 - 8.91 - 8.87 - 8.84