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jueves, 26 de diciembre de 2019

*El sueño de Goran

Cuando menos te lo esperas, tanto en el deporte como en la vida, pueden sobrevenir acontecimientos que transforman la existencia a sus protagonistas.
En el verano de 2001 el croata Goran Ivanisevic piensa que su retirada del tenis profesional es inminente. A sus 29 años ha estado en las tinieblas casi un año y medio debido a una lesión en el hombro. En esta campaña lleva un balance de diez victorias por once derrotas.
Su tenis ya no es el de antes. Un patrón de juego agresivo, especialmente diseñado para triunfar sobre hierba, amparado en un servicio que ha dominado el circuito durante años y considerado como uno de los mejores sacadores de la historia. 
Los organizadores de Wimbledon le otorgan una invitación para que pueda participar en el torneo, en la que podría ser su última intervención y su despedida de la Catedral.
Perdido en el puesto 125 del ranking no puede acceder al cuadro de forma  directa y sólo gracias a la gloria del pasado se le posibilita la entrada.
Ivanisevic había disputado tres finales en Londres, pero el triunfo siempre le fue esquivo en la superficie que mejor se adapta a sus características. En 1992 cae en cinco sets frente a Andre Agassi. Dos años después se enfrenta a Sampras, cediendo las dos primeras mangas en el tie-break antes de sucumbir claramente en la tercera. Sin embargo su condición de finalista le lleva a alcanzar el segundo puesto del ranking ATP. En 1998 vuelve a ser derrotado en el partido por el título por el número uno mundial Pete Sampras en cinco sets.
Tres años más tarde, su condición deportiva no es la de antaño y se muestra agradecido por el detalle
de los rectores del club londinense que le facilitan el pase al torneo a modo de homenaje.
Llega sin ninguna presión y en su primer partido derrota al sueco Jonsson, procedente de la fase previa, en tres sets.
En segunda ronda le toca enfrentarse al cabeza de serie nº 20, el español Carlos Moyá. Pese a perder el primer parcial, termina venciendo en cuatro sets.
Su camino parece haber llegado a su fin, cuando le toca medirse a Andy Roddick, otro especialista en hierba. Pero vuelve a salir victorioso en cuatro mangas para pasar a octavos de final.
Rusedski, el cañonero local y también especialista sobre el pasto, no consigue incomodarle para acceder a cuartos.
Allí le espera el cabeza de serie nº 4, el ruso Marat Safin, al que derrota en cuatro sets.
En semifinales, el ídolo británico y cabeza de serie nº 6, Tim Hemman, se adelanta por dos sets a uno, con 6-0 en el tercer parcial. Todo parece indicar que las fuerzas de Ivanisevic han llegado a su fin. No obstante sigue batallando para ganar el cuarto set en el tie-break y cerrar con 6-3 el partido.
En la final se enfrenta al australiano Patrick Rafter, tercer favorito, finalista el año anterior y doble ganador del U.S.Open. El encuentro va a suponer una de las finales más emotivas de la historia del torneo.
Por primera vez desde 1922 se tiene que disputar en lunes, dado que la lluvia ha impedido su celebración el día anterior.
Ivanisevic se adelanta por dos sets a uno.
Con 2-3 en el cuarto set y punto de break en contra, se le señala una falta de pie y lo que posteriormente parece un ace con su segundo saque, es cantado fuera.
Tira su raqueta, patea la red y discute airadamente con el árbitro.
Rafter se anota cinco juegos consecutivos para imponerse por 2-6 en el cuarto set y adelantarse 0-1 en el quinto. El croata parece fuera del partido, su temperamento le puede volver a jugar una mala pasada en los momentos importantes.
El quinto set se desarrolla lleno de constantes incertidumbres y se llega al empate a siete sin ninguna ruptura. En ese momento Ivanisevic quiebra el saque del australiano.
Con 8-7 se dispone a servir para el partido. Una ocasión inmejorable. Una oportunidad única.
Pocas veces se ha visto un juego más emotivo y con tanta tensión en la grada londinense.
Con 15-15 comete doble falta,15-30. Falla de nuevo el primer servicio y su segundo saque roza la cinta.
En la repetición consigue un ace, 30-30.
Un nuevo saque directo le da la primera pelota de partido.
Ivanisevic pide la bola al recogepelotas, junta las manos sobre su cara, reza, mira al cielo. La algarabía del público contrasta con su angustia. Está a un punto de la gloria.
Doble falta.
Segunda bola de campeonato. Doble falta.
Sus ojos se ponen vidriosos por la ansiedad, la desesperación y la impotencia. Su maltrecho hombro ya no da para más.
Tercera pelota de torneo. El nerviosismo es agobiante, se santigua, en cuclillas implora al cielo, besa la pelota en medio del alboroto del graderío. Un fantástico globo de Rafter iguala el juego.
Cuarto match point. Falla el primer saque. Vuelven los fantasmas. Pone la bola en juego y el resto de su rival no supera la red.
Goran alcanza el cielo. Su rostro es una mezcla de felicidad, satisfacción e incredulidad. Ha completado una hazaña sin parangón.
Se convierte en el tenista con peor ranking de toda la historia en ganar Wimbledon y el primero que lo hace como invitado.
Momentos después posa con el trofeo del campeón, el Santo Grial del tenis está en sus manos. El sueño de toda su vida. Un sueño que vino a hacerse realidad, quizás, cuando menos lo esperaba.