Ramón Arroyo Prieto nace en Bilbao en 1971, está casado y trabaja como ejecutivo en una empresa multinacional.
Una mañana, estando de vacaciones, empieza a notar pérdida de sensibilidad en su mano derecha, debilidad en el brazo y pierna, se traba al hablar, tiene la cara como dormida y presenta problemas de visión.
Se somete a diferentes exámenes médicos.
En un primer momento le dicen que son problemas cervicales, luego que ha sufrido un infarto cerebral, hasta que finalmente le ponen nombre a todos esos síntomas: Escleroris múltiple.
Enfermedad crónica degenerativa del sistema nervioso central que afecta al cerebro y a la médula espinal. Tiene 32 años.
A pesar de recibir distintos tratamientos la enfermedad sigue avanzando, los brotes son continuos, se le llega a paralizar la parte derecha del cuerpo y toca fondo.
Un médico le dice que en poco tiempo no podrá ni tan siquiera recorrer doscientos metros.
Hundido física y anímicamente nace su segundo hijo. Esto agudiza su angustia. Se da cuenta que no puede ni sujetarle en brazos.
Piensa en su enfermedad y en que ese niño no tiene ninguna culpa de tener un padre amargado. Se siente responsable y decide hacer algo.
Se pone en tratamiento psicológico y se empeña en una primera meta, recorrer los doscientos metros que separan su casa de una boca del metro.
Su cerebro no recuerda cómo se camina y le cuesta una barbaridad dar cada paso. Lo consigue con una mezcla de rabia y satisfacción.
Poco a poco y con mucho esfuerzo va aumentando los trayectos.
Correr se convierte en una obsesión.
Primero un kilómetro, luego cinco, después distancias mayores.
En su casa practica sobre una bicicleta de spinning.
Debido a sus problemas físicos, la natación le ayuda a encontrarse mejor y acude a una piscina municipal.
Se inicia en carreras populares.
Un día se interesa por el triatlón y decide prepararse para participar en un Ironman: 3,8 km nadando, 180 km. en bicicleta y una maratón. Parece una utopía.
Entrena seis días a la semana alternando los tres deportes durante doce meses compaginando trabajo, entrenamiento y vida familiar encaminado a culminar su sueño.
Pesaba ciento quince kilos y en un año ha perdido treinta.
El 6 de octubre de 2013, nueve años después desde que le fuera diagnosticada la enfermedad, va a participar en el Ironman de Calella (Barcelona).
Los brotes de la enfermedad le dejan secuelas y no puede realizar ningún movimiento de forma natural, tiene dudas pues van a ser muchas horas de esfuerzo pero su objetivo es doble, sensibilizar a los enfermos de esclerosis múltiple y a la sociedad en general de lo importante que es la mejora de la calidad de vida a través de la actividad física y recaudar fondos para Esclerosis Múltiple España.
A las 8.30 de la mañana toma la salida.
La natación a pesar de sus problemas en un brazo y una pierna no es el principal obstáculo.
Cerca de una hora y media después comienza el tramo en bicicleta. Su mayor dificultad es ajustar el pedal y subirse al sillín. Una vez que consigue acoplarse y mantener el equilibrio la incertidumbre es que nunca ha hecho 180 km. seguidos sobre la bicicleta.
Ya han transcurrido algo más de ocho horas desde el inicio de la prueba y le resta la auténtica tortura, la maratón.
Para él es un salto al vacío, tiene miedo a que le pueda fallar la pierna.
Ya ha anochecido cuando se acerca a la recta de llegada donde le esperan su mujer y sus dos hijos.
Al pasar a su lado les coge de la mano para cruzar la línea de meta los cuatro juntos y fundirse en un abrazo eterno.
Tras doce horas treintaisiete minutos y diez segundos de sacrificio ha conseguido su doble propósito.
Una editorial le propone escribir un libro sobre su reto personal que sale a la venta en 2016 bajo el título "Rendirse no es una opción".
En octubre de este mismo año se estrena la película "Cien metros" basada en su historia dirigida por Marcel Barrena y protagonizada por Dani Rovira.
Desde entonces ha seguido participando en maratones, triatlones olímpicos, medios ironmans y medias maratones.
El deporte le ha revitalizado y ha sido su mejor medicación. A la meta no se llega superando a los demás sino superándose uno mismo.
Pero con cada nuevo brote sabe que tiene que plantearse otra vez recorrer caminando los doscientos metros que separan su casa de la boca del metro.
Ese va a ser cada día su auténtico Ironman.