Que el deporte español está viviendo la mejor etapa de su historia, no se le escapa a nadie.
Esta época dorada, que arrancó en Barcelona ´92, está haciendo que sea difícil encontrar una sola disciplina deportiva en la que nuestros representantes no obtengan triunfos a nivel internacional.
Éxitos individuales y colectivos que hacen de España una potencia mundial de primer orden.
Pero nos falta un título.
Echando un vistazo a la edición digital de un conocido periódico deportivo y viendo los comentarios, amparados en el anonimato, que realizan ciertos lectores a cada una de las noticias que allí se publican y después de observar la capacidad que tienen de contagiarse unos a otros, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que la imbecilidad humana no tiene límites.
Estos portentos son los que nos pueden dar ese título que nos falta.
Un título que no poseemos porque todavía no se ha instaurado esta competición en el panorama deportivo.
No es otro que el Campeonato Mundial para Gilipollas.
Esta prueba se caracteriza, además de por su dureza, por el marcado carácter intelectual de la misma.
Abarca un gran abanico de modalidades y es necesaria una gran dosis de constancia durante todo el año. El alto nivel de competencia supone una dificultad añadida.
España, a tenor de lo visto, posee una de las mejores canteras del planeta, fortalecida por algunos medios de comunicación del sector y potenciada por determinados periodistas.
No es de extrañar que en un breve plazo de tiempo, se le de carácter oficial al evento y así poder contemplar, a la flor y nata de nuestros representantes, cómo exhiben todo su potencial en el concierto internacional.
Una vez concluido el certamen, ante el entusiasmo popular y todavía exhaustos tras el esfuerzo realizado, recibirán el prestigioso trofeo, tanto en la modalidad individual como por equipos.
Un galardón que les reconocerá como los más gilipollas. Como los mejores en su disciplina.
Esta época dorada, que arrancó en Barcelona ´92, está haciendo que sea difícil encontrar una sola disciplina deportiva en la que nuestros representantes no obtengan triunfos a nivel internacional.
Éxitos individuales y colectivos que hacen de España una potencia mundial de primer orden.
Pero nos falta un título.
Echando un vistazo a la edición digital de un conocido periódico deportivo y viendo los comentarios, amparados en el anonimato, que realizan ciertos lectores a cada una de las noticias que allí se publican y después de observar la capacidad que tienen de contagiarse unos a otros, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que la imbecilidad humana no tiene límites.
Estos portentos son los que nos pueden dar ese título que nos falta.
Un título que no poseemos porque todavía no se ha instaurado esta competición en el panorama deportivo.
No es otro que el Campeonato Mundial para Gilipollas.
Esta prueba se caracteriza, además de por su dureza, por el marcado carácter intelectual de la misma.
Abarca un gran abanico de modalidades y es necesaria una gran dosis de constancia durante todo el año. El alto nivel de competencia supone una dificultad añadida.
España, a tenor de lo visto, posee una de las mejores canteras del planeta, fortalecida por algunos medios de comunicación del sector y potenciada por determinados periodistas.
No es de extrañar que en un breve plazo de tiempo, se le de carácter oficial al evento y así poder contemplar, a la flor y nata de nuestros representantes, cómo exhiben todo su potencial en el concierto internacional.
Una vez concluido el certamen, ante el entusiasmo popular y todavía exhaustos tras el esfuerzo realizado, recibirán el prestigioso trofeo, tanto en la modalidad individual como por equipos.
Un galardón que les reconocerá como los más gilipollas. Como los mejores en su disciplina.