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sábado, 8 de octubre de 2011

* El pistolero


No recuerdo quienes eran los protagonistas, pero sí, la historia de aquel viejo western:
El dueño de un gran rancho, era el heredero de una noble familia con una arraigada tradición familiar que siempre se había basado en los valores de los principios morales.
Sus dominios eran los más extensos, sus tierras las más fértiles y poseía los más abundantes ganados.
Poco a poco su riqueza fue disminuyendo, sus tierras se fueron secando y su ganado disminuía.
Mientras esto sucedía, era otro ranchero el que ocupaba su antiguo esplendor. Sus propiedades eran mayores, sus cosechas más copiosas, y poseía mayor cantidad de reses de la mejor raza.
Para intentar cambiar la situación, el heredero decidió contratar a un nuevo capataz.
Desde el primer momento, empleó unos métodos que nada tenían que ver con la tradición de la familia. Rodeado por sus hombres de confianza, fue haciéndose con el dominio de la hacienda.
Obligó a marcharse a gente que llevaba allí muchos años.
Provocaba a todo aquel que salía a su paso. Amedrentaba a los colonos más humildes de los alrededores,
Se burlaba y ridiculizaba al Sheriff y no respetaba la ley ni el orden.
Ofuscado en acabar con el fantasma de los cuatreros y de las conspiraciones, empleaba su revolver contra todo y contra todos. Sembrando el rencor y el odio por cada rincón del valle.
Se regocijaba con todo aquello y su ego salía reforzado con cada nuevo agravio.
Cada vez que acudía a la cantina del pueblo eran muchos los que se congregaban para verle de cerca y poder contar a los demás lo que allí iba a suceder. Siempre alguna de sus balas dejaba a alguien malherido.
Otros, se cobijaban a su lado para sentirse protegidos, le reían las gracias. Sólo se podía estar, con él o contra él.
El rancho no prosperaba y su reputación iba decreciendo.
El heredero presumía públicamente de la  actitud de su capataz. Se encomendó también a sus desmanes y le entregó todo el poder para intentar recuperar la fortuna de antaño. El honor de la respetada familia se había destruido.
Quienes se sentían felices amparados bajo su rifle no se daban cuenta que, el día menos pensado, sería capaz de traicionarles, como había hecho anteriormente con otros. 
Un pistolero no entiende de sentimientos y siempre se vende al mejor postor.