Fernando Alonso se encuentra, este fin de semana, a las puertas de su tercer título mundial de Fórmula 1.
Reconozco que no soy alonsista.
El cocktail Lobato-Alonso perjudica seriamente mi salud.
He intentado vacunarme para digerir este tándem, pero no lo he conseguido.
He buscado un antídoto que suavice los efectos que me produce, pero todo ha sido estéril.
Desconozco la causa.
No sé, si es la monotonía de la prueba, las exclamaciones de Lobato, que me parece que ve otra carrera, o las celebraciones de su Magic.
Desde niño me he emocionado siempre que un deportista español obtenía un triunfo internacional de relieve.
Escuchando los acordes del himno español en honor de nuestros deportistas, se me han saltado las lágrimas en numerosas ocasiones.
Jamás me había sucedido lo que me ocurre con el asturiano.
Ver a Fernando Alonso en el podio provoca en mí la misma emoción que ver la versión de Operación Triunfo de Mozambique.
Aún así, hay que reconocer que Fernando Alonso es un excepcional piloto de Fórmula 1.