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lunes, 10 de agosto de 2020

* La muerte con honor de Tsuburaya

Cuando la ciudad de Tokio es designada como sede de los JJ.OO. de 1964, Japón está emergiendo de las heridas que había provocado la II Guerra Mundial y ve la oportunidad de mostrarle al mundo que puede organizar los mejores Juegos que se hayan llevado a cabo hasta ese momento.
Sus deportistas se preparan a conciencia para honrar a su país y demostrar que pueden competir con los mejores del mundo.
En lo que hace referencia al atletismo nipón, no logra una medalla olímpica desde Amsterdam 1928 y
Kokichi Tsuburaya a sus 24 años está considerado como una de sus principales bazas en las pruebas de fondo.
Utiliza la carrera de 10.000 metros, en la que finaliza sexto, a modo de entrenamiento de cara a su gran cita, el Maratón.
En la prueba reina, el gran favorito es el etíope Abebe Bikila que cuatro años antes ha ganado en Roma ´60 corriendo descalzo, aunque llega con el inconveniente de haber sido operado de apendicitis cuarenta días antes de la cita olímpica. Otro de los favoritos es el británico Basil Heatley que posee la plusmarca mundial.
El 21 de octubre de 1964, Bikila hace buenos los pronósticos, se proclama campeón olímpico venciendo con autoridad y batiendo el record del mundo con un registro de 2h12'12".
Cuatro minutos más tarde, el atleta local Tusuburaya entra en el estadio en segunda posición. 
Los espectadores que abarrotan las gradas explotan de gozo mientras su ídolo se va aproximando a la línea de llegada. 
Un momento después, entra en el recinto el británico Heatley, que se va acercando peligrosamente al japonés.
En la última curva previa a la recta de meta, consigue adelantarle y le arrebata la medalla de plata. Tsuburaya se retira de la pista desconsolado. 
A pesar de haber conseguido una medalla en atletismo para su país 36 años después, se va con la sensación de haber sido humillado delante de todo su público que le aclamaba.
El bronce conseguido significa un orgullo para todo el pueblo japonés, que le considera un héroe, pero no para él, que se encuentra decepcionado por lo sucedido en los últimos metros de la carrera.
Las autoridades japonesas le fijan un objetivo, conseguir el oro en el Maratón de México ´68. Trazan un sistema de entrenamiento militar durante cuatro años que sigue ciegamente con la mirada puesta en aquella carrera.
Meses antes de la cita olímpica comienza a sufrir continuas lesiones debido al enorme volumen de trabajo. Lesiones que le hacen ver que su cuerpo ya no es el de antes.
Entiende que ganar el oro en México va a resultar imposible.
Le han confiado una misión y sabe que no podrá cumplirla.
Una mañana de enero de 1968 sus compañeros le echan en falta a la hora del desayuno. Cuando van a buscarle a su habitación se encuentran a Tsuburaya muerto, se ha hecho el harakiri.
En su mano sujeta la medalla de bronce de Tokio de la que tanto se avergonzaba. En la mesa hay escrita una nota que dice: "No puedo correr más".
Sintiendo que defraudaría a su pueblo de nuevo, eligió este ritual, como hacen los guerreros samuráis, que consideran su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente.