El pasado domingo 5 de junio, la pista Central de Roland Garros era testigo de un nuevo capítulo en los enfrentamientos entre Roger Federer y Rafael Nadal.
El duelo entre estos tenistas se ha convertido en el más grande de la historia de este deporte. Jamás una rivalidad en una pista de tenis había adquirido las proporciones que nos ofrecen estos dos jugadores.
Ningún antagonismo del pasado nos había deparado 8 finales en torneos del Grand Slam y un total de 19 partidos para decidir un titulo.
Entre ambos suman 26 coronas de Grand Slam. En los últimos siete años, de los 28 Torneos Grandes disputados, se han adjudicado 24. En los anales del tenis, nunca se había producido una hegemonía de tal calibre.
Cabe pensar, qué hubiesen conseguido de no coincidir en la misma época.
No son pocos los que consideran al suizo el mejor jugador de todos los tiempos, pero el español le domina por 17-8 en sus encuentros directos.
Federer representa el tenis clásico. La elegancia. Es la técnica en estado puro. Su raqueta destila una sinfonía que sosiega el ánimo. Todo armonía. Una elegía a la belleza. El tenis se inventó para que algún día lo jugase alguien como él.
Nadal, mientras tanto, le está esperando al otro lado de la red para tenderle una emboscada. Es un guerrillero. Un héroe salido de un cómic. Una fuerza de la naturaleza. Todo corazón y poder mental en grado sumo. Sangre y arena. Heavy metal.
Y talento, mucho talento. Solamente corriendo de un lado para otro, no podría presentar el palmarés que posee.
El respeto que se tienen llega a límites insospechados.
Por encima de todo, se admiran.
Además, se complementan. Cada cual detenta en grado supremo, lo que el otro posee en menores proporciones y la figura del contrario engrandece, aun más, la propia.
En sus batallas en el campo de juego, sólo uno puede vencer. Sólo uno sobrevive.
En el campo de la ética deportiva, ambos son inmortales. Eternos.
Podrían jugar sin juez de silla. Ejemplifican como pocos.
Ganan con humildad y pierden con elegancia.
Son un modelo para los jóvenes y para todos.
Otros deportistas con muchos menos laureles sobre sus sienes podrían tomar buena nota.