El jueves día 2 de diciembre, la FIFA hacía oficial el nombramiento de Rusia y Qatar para organizar las fases finales de la Copa del Mundo de Fútbol en los años 2018 y 2022.
Ni Rusia ni Qatar tienen apenas instalaciones en pie. Mientras que otras candidaturas, incluida la Ibérica, les sobran estadios construidos, que sólo necesitarían algunas reformas.
Rusia posee un único estadio que se adapte a las exigencias, además de la enorme distancia entre las distintas sedes.
Qatar tiene que adaptar sus tres estadios construidos y levantar completamente otros nueve, que serán demolidos tras el Mundial, pues no los necesita para una población de un millón y medio de habitantes y su escasa tradición futbolística. Por no hablar del posible cambio de fechas debido al calor.
Visto lo cual, carece plenamente de sentido el hecho de que el resto de los países aspirantes se desplacen a Zurich para hacer una presentación y una defensa de las virtudes que atesoran sus candidaturas.
La única razón de ser, reside en que la FIFA, para robustecer su propia vanagloria, pone a sus pies a los representantes políticos y deportivos de estas naciones solicitantes.
De nada sirve hacer una brillante exposición, o que se tengan los estadios construidos y las infraestructuras necesarias.
Tampoco tienen justificación las visitas de los miembros de este organismo a las ciudades que albergarán las distintas sedes. En donde se les trata a cuerpo de rey y se les satisfacen sus caprichos, con el propósito de recibir un informe favorable.
Para las designaciones priman otros intereses, el petróleo, la especulación, el lucro, las comisiones, el negocio.
El fútbol permanece en segundo plano, es una excusa para seguir sosteniendo esta comedia.